Julia Aguiar, por los caminos de la compasión.

Las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor crearon en Zagnanado, una población del interior de Benín, el hospital de Gbèmontin, un centro de salud pionero en el tratamiento de la úlcera de Buruli. Con esta iniciativa de amor y de compasión, las religiosas devuelven la esperanza a los que sufren una de las enfermedades más raras del continente africano.

Julia Aguiar Es domingo. Dejamos muy temprano la capital del norte de Benín, Parakú. Aprovechando que la carretera no está muy concurrida, nos dirigimos rápidamente en dirección al sur. El firme fue rehecho hace poco. Se trata de la carretera principal que atraviesa Benín como una espina dorsal de norte a sur, de Níger a Cotonú, capital económica del país.

El manto de niebla que nos envuelve abre poco a poco sus cortinas al sol resplandeciente. Nos sumergimos en el verde de la vegetación, que a estas alturas del año, época de lluvias, cubre todo el paisaje con una maravillosa alfombra de colores vivos y fuertes para deleite de los ojos y el corazón.

Sin embargo, el viaje no está exento de peligros. La carrocería de los coches que de vez en cuando aparece a orilla de la carretera nos invita a la prudencia. En efecto, encontramos un gran camión atravesado en la carretera, que se había averiado pocos minutos antes de llegar nosotros. Conseguimos pasar saliendo fuera de la carretera. A ambos lados, la fila de los camiones bloqueados por el accidente se va alargando, por lo que los conductores deben soportar una larga y paciente espera. La paciencia es virtud esencial para poder sobrevivir a los reveses y contratiempos que la vida ofrece abundantemente por aquí.

A cierta altura encontramos una larga caravana de vehículos que iba a toda velocidad, felizmente en sentido contrario, en dirección norte. Centenares y centenares de coches se sucedían uno tras otro. Nos quedamos intrigados por semejante cortejo. Más tarde supimos que se trataba de automóviles usados que, procedentes de Europa y destinados al norte, a Níger, habían sido descargados en el puerto de Cotonú.


Centro de salud

La meta de nuestro viaje, que dura cuatro horas, es Zagnanado, una población del interior sur del país, no muy lejos de Abomey, cuna cultural de Benín. Queremos visitar un hospital, el centro sanitario y nutricional Gbèmontin, creado y dirigido por las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, conocido por ser pionero en el tratamiento de la úlcera de Buruli. No lo encontramos a la primera, pero por fin damos con el camino.

Los puntos de referencia que nos dan son una cruz, junto a la carretera, y un gran baobab fetiche en un cruce de caminos. Los dos símbolos se presentan rápidamente a nuestros ojos. Por un lado, el Crucificado, asumiendo el sufrimiento de los atormentados por una enfermedad que afecta profundamente a su dignidad; por otro, la superstición y los tabúes, que vuelven aún más dura y terrible la "maldición" que comporta esta enfermedad.

Entramos en el recinto del hospital y nos dirigimos a la casa de las religiosas. La mayoría son españolas (Julia Aguiar, Dionisia Cordero, Francisca Mata, Dolores Villasán) y enseguida cogemos confianza con ellas. La Hna. Julia Aguiar García, de 59 años, natural de Villar de Barrio (Orense), es el alma de este centro. Después de una corta experiencia en Venezuela, fue destinada a Benín, donde trabaja desde hace 33 años. Al encontrarse con esta terrible enfermedad, se dedicó exclusivamente al tratamiento de estos pacientes. Ella misma nos acompaña en la visita al hospital, aunque es domingo y su día de descanso.

El centro fue inaugurado en 1981 con capacidad para 150 camas, pero acoge normalmente hasta 200 enfermos. Durante varios años fue el único centro que trataba esta enfermedad, de la que se conoce bien poco. Aquí se atienden alrededor de 400 casos al año, en gran parte de Benín y Nigeria, pero también de Togo. Funciona igualmente como escuela para auxiliares de enfermería.


La úlcera de Buruli

Ulcera de Buruli La Hna. Julia nos acompaña por los pabellones y la enfermería mientras nos habla de la úlcera de Buruli, que existe en diversas partes del mundo, de América Latina a Australia, pero incide particularmente en algunos países de África Occidental (Benín, Togo, Nigeria, Ghana, Costa de Marfil) y Central (Congo, Camerún). Esta enfermedad es causada por una microbacteria atípica, de la familia de la lepra y la tuberculosis. Su nombre viene de una región de Ruanda donde se dio una epidemia en la década de 1970.

Aquí en Benín, la enfermedad aparece sobre todo en esta región del sur, y particularmente en la zona pantanosa del Ueme, un río que atraviesa la mitad del país y pasa por Cotonú y Porto Novo. La manera como se contrae es aún incierta. Tal vez a través del agua pantanosa, de los peces, de la flora, del barro o de la arena... El microclima de esta región parece favorecer su incubación y propagación. Aparece una úlcera sobre la piel, que corroe los pocos tejidos y llega hasta los huesos.

Puede presentarse bajo diversas formas, desde el nódulo que no llega a alcanzar grandes zonas sobre la piel -la hematosis-, en forma de costra dura, como la corteza de un árbol, alcanzando grandes áreas del cuerpo, o de manera diseminada que, comenzando a nivel cutáneo, va alcanzando también a los huesos. Puede afectar a todas las edades, pero se concentra sobre todo en niños y adolescentes hasta los 15 años, tal vez porque son éstos los que más frecuentemente se mueven o juegan en el medio natural pantanoso donde se desenvuelve la bacteria.

La Hna. Julia nos presenta algunos casos particulares como el de Nanan, una adolescente de 15 años que se encuentra aquí desde hace más de un año. Se trata de uno de los casos más graves que las religiosas han acogido. Cuando llegó era todo una llaga. La enfermedad le había roído los huesos. Me decía una de las religiosas que sus piernas parecían un colador, llenas de grandes agujeros que atravesaban carne y huesos. Su padre, que se oponía a traerlo al hospital, se vio obligado a ello cuando un pie y una mano de Nanan, con los huesos y las articulaciones completamente consumidas, le colgaban del frágil cuerpo. Temía que durante la anestesia, aprovechando el estado de inconsciencia, "robasen" el espíritu de su hijo. Acaricio a Nanan, pero no consigo hacerle sonreír.

Samuel, una niña de 6 años que estaba al lado, nos observa también con una mirada llorosa y amedrentada cuando la religiosa dice a las enfermeras que la lleven a la sala de curas. Más adelante, tropezamos con otra niña, cuyo nombre no recuerdo (aunque aquí todos son llamados por su propio nombre), con todo el cuerpo vendado. La encontraron abandonada a las puertas del hospital. Otra religiosa que nos acompaña lleva en brazos a otra niña, un bebé que me impresiona por la delgadez y señales evidentes de desnutrición.


Tratamiento doloroso

A través de las estaciones de este largo "via crucis" nos dirigimos hacia la sala de curas. Durante la semana vienen al hospital una media de 200 personas, pero el domingo no hay consultas. Se tratan sólo algunos casos más urgentes.

En la sala de al lado se oyen lloros. Las enfermeras preparan a algunas personas para la anestesia de cara al tratamiento. Es muy doloroso, dado que se actúa directamente sobre la carne viva. Una criaturita, acompañada por la madre, yace echada en un banco. En cuanto la enfermera busca la vena en su bracito, ella mira a lo lejos, con mirada vidriosa, jadeante y llena de fiebre. Ni siquiera tiene fuerzas para gritar.

En la sala de curas, después de quitar las vendas y las fajas, nos encontramos con un espectáculo horrible: amplias zonas en carne viva, heridas profundas, músculos y carne consumidos, huesos agujereados... La primera a la que tratan es a Nanan. La Hna. Julia nos enseña los agujeros en sus piernas. La pinza pasa de un lado al otro, como si un misterioso y feroz verdugo se hubiese divertido agujereándola la pierna. No aguanto la escena y salgo fuera para tomar aire.

Pero la Hna. Julia dice que aún no hemos visto lo peor. Aquí se trata de úlceras limpias. Cuando llegan al hospital el olor es nauseabundo, insoportable, incluso de lejos. El tratamiento pasa por varias fases. Ante todo, es preciso curar la llaga. Una vez limpia y curada, la zona del cuerpo queda en carne viva, como en el caso de una quemadura grave; entonces la Hna. Julia hace el transplante de piel para cubrir y regenerar el área afectada. El proceso exige tiempo y pericia. La Hna. Julia se ha convertido en toda una experta en la materia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) sigue con atención este centro hospitalario. El Instituto de Medicina Tropical de Antuérpia (Bélgica), interesado en la investigación, colabora con el hospital. Siguiendo las directrices de la OMS, la Hna. Julia aplica una serie de antibióticos ligados al tratamiento de la lepra y la tuberculosis. Se está aún en niveles de experimentación y no se sabe si realmente tienen efecto. La Hna. Julia tiene sus dudas sobre la eficacia de este tratamiento para evitar recaídas.

Preguntamos cuál es el margen de recuperación de estos pacientes. Las secuelas de la enfermedad son mayores cuando afecta a los huesos y los nervios. Pero mucho depende del ánimo de las personas. Los niños se recuperan más facilmente que los adultos. El optimismo y las ganas de vivir ayudan. Hay que pasar por la fisioterapia para recuperar la movilidad. Como es natural, una eventual recaída puede sacudir profundamente la psicología del paciente. En este caso se retraen y pierden el ánimo para continuar luchando.

Marginación

La terrible enfermedad nos hace recordar la lepra y preguntamos si es contagiosa. "No", responde, como tampoco lo es propiamente la lepra. En la misma familia, unos contraen la enfermedad, otros no. El contagio parece tener más que ver con factores ambientales. Pero las personas tienen miedo y la enfermedad acarrea marginación. Una religiosa nos cuenta que un joven que vino a visitar a un hermano hospitalizado no se quería acercar a él sin que un sacerdote lo asperjase con agua bendita. Dos de sus hermanos habían fallecido de esta enfermedad y temía que lo mismo le pudiese suceder a él.

Si toda enfermedad en África tiene que ver con el espíritu del mal y está ligada a maleficios, como es creencia general, ¡cuanto más no lo será ésta! Por eso, las religiosas intentan promover una campaña de prevención y de sensibilización. Dos veces por semana salen a visitar las aldeas y las escuelas de la región para informar a las personas con materiales didácticos. También se hace uso de medios como la radio y la televisión. No es fácil vencer la superstición y el miedo ancestral de la gente que atribuye esta enfermedad a fuerzas maléficas, pero sobre todo a la resistencia de los curanderos tradicionales, que no están dispuestos a perder a sus "clientes".


Ángeles del bien

Julia Aguiar Doy una vuelta más por los pabellones del hospital. Bromeo con un grupo de mujeres que preparan la comida para los familiares hospitalizados. Como es costumbre aquí, un familiar debe acompañar siempre al paciente para asistirlo durante el tiempo que pasa en el hospital. Por eso, los patios se encuentran llenos de gentes que lava, cocina, conversa, descansa... a la espera de que estos "ángeles del bien" que son las religiosas con su "toque bienhechor" hagan el milagro de curar a estos desventurados.

Concluida la visita por los pasillos del sufrimiento, regresamos a la casa de las religiosas y aceptamos la invitación para comer. La paella, a pesar de todo, nos sabe bien. Un poco menos, la sobremesa: la Hna. Julia nos enseña unos álbumes de una serie de enfermos, en varias fases del tratamiento. Hojeamos rápidamente las fotografías llamativas para no estropear la digestión...

Retomamos el camino de Cotonú. La carretera es aún peor, llena de agujeros que desafían mi pericia de conductor. A medida que nos aproximamos a la ciudad, aumenta el tránsito y nos vemos rodeados de un enjambre de motocicletas que por estos lugares funcionan como taxis más baratos y rápidos. Corren sin ley ni concierto. Presenciamos dos accidentes de moto, justo delante de nuestros ojos, felizmente sin consecuencias mayores.

Llegamos al final de la tarde a la parroquia comboniana de Cotonú-Fidjrossé, dedicada a San Francisco de Asís. Finalizamos nuestro día con la celebración de la Eucaristía. Pongo en el altar todo aquel sufrimiento humano que nuestros ojos han presenciado, sufrimiento bien conocido por el Crucificado y objeto particular de su compasión.

Autor del texto: P. Manuel Joao Ferreira Correia
Revista "Mundo Negro", nº 545, noviembre de 2009

Julia Aguiar, doctora honoris causa por la universidad de Nápoles La Universidad de Napolés nombró el 6 de octubre de 2009 a Julia Aguiar Doctora Honoris Causa en Medicina y Cirugía por la Universidad de Nápoles (Italia), en reconocimiento a su labor en la lucha contra la úlcera de Buruli, una Enfermedad Tropical Desatendida endémica en Benín, país en el que ella reside desde hace más de tres décadas. Con la concesión de este galardón, la comunidad científica reconoce así su sólida trayectoria en este ámbito, un campo en el que está considerada como toda una autoridad. Sus años de experiencia y buena praxis quirúrgica sobre el terreno lo avalan.

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