El Padre Pedro Opeka

Un heroico sacerdote argentino en Madagascar

Padre Pedro Opeka Al Padre Pedro Opeka, misionero paúl argentino que trabaja desde 1975 en Madagascar, le concedieron el Premio MUNDO NEGRO a la Fraternidad 2007. Al borde de un vertedero, comenzó a construir viviendas para alojar a los sin techo. Hoy es una ciudad con unos 20.000 habitantes.

Se llama Akamasoa, que significa "buenos amigos". Está dotada de guarderías, escuelas y centros de formación.

El P. Opeka, como buen argentino, es un gran aficionado al fútbol. Nacido en 1948, lleva más de la mitad de su vida trabajando en Madagascar. Esta pasión por el fútbol la contagia ahora a los chavales que pululan, bien vestidos y alimentados, en las distintas escuelas que alegran la ciudad de sus sueños y desvelos: Akamasoa.

Hijo de emigrantes eslovenos, nació en San Martín, en la provincia de Buenos Aires en 1948. Siempre vio en su padre, que era albañil, un modelo de esfuerzo y de trabajo. Para él, sin trabajo no se consigue nada. Comenzó a trabajar con su padre a lo 9 años. A los 14 años ya era oficial albañil. Su madre tuvo 8 hijos y su padre trabajaba muchísimo. Ellos le dieron la vida y le trasmitieron la fe" Los fines de semana, y pese a que Pedro prefería jugar al fútbol, comenzó a ir a las obras con su padre. Allí, con mucha iniciativa, aprendió el oficio. Así, cuando llegó a Madagascar y comenzó a trabajar con sus manos, la gente se extrañaba. Él les decía: "Tengo dos manos como vosotros".

A los 17 años hizo su primera casa en Junil de los Andes, entre los indios mapuches, y desde entonces no ha parado por dar dignidad a los más pobres. Sobre todo desde que comenzó su trabajo en Akamasoa, que significa "buenos amigos".

Ingresó en la congregación de San Vicente de Paúl en Argentina. Estudió Filosofía en Eslovenia y Teología en Francia. A los 27 años se ordenó sacerdote y fue destinado a Madagascar.

Su primera experiencia en Madagascar transcurrió en Vangaindrano, al sureste del país. Estuvo 15 años animando la parroquia y allí comenzó a sentir la necesidad de estar junto a la gente. Cultivó arroz para sobrevivir, metiéndose en el barro como cualquier campesino malgache. Con ellos jugó al fútbol, llegando a ser una estrella del equipo local. Según cuenta él mismo, "el fútbol fue el camino para ganarme su confianza y sentirme entre ellos".

Todo empezó en un basurero. En 1989 fue destinado a la capital, Antananarivo, para ocuparse del seminario de los Paúles. Cuando vio la miseria de la gente, especialmente en la periferia de la ciudad, con más de 800 familias escarbando en la basura para poder comer, se dijo a sí mismo que ahí no valía para nada hablar, que lo pertinente era actuar.

Empezó con una pequeña casa de acogida para los chicos, un hogar de apenas 16 metros cuadrados al borde de un vertedero de 20 hectáreas sobre el que vivían 5.000 personas.

Con un pequeño grupo de voluntarios de su antigua parroquia, empezó en un pequeño terreno de dos hectáreas, cedido por las autoridades municipales. Allí construyó las primeras viviendas, una pequeña ciudad que se llamaba Manantenasoa, que significa en lengua malgache "la colina del coraje". Poco a poco se fueron construyendo casas de madera, que luego pasarían a ser reconstruidas con ladrillos.

Del granito de la montaña empezó a sacar piedra, grava y adoquines, para venderlos para la construcción. Del basurero empezó también a sacar abono natural, que también vendía. Poco a poco, lo que primero había sido un albergue de jóvenes se convirtió en un pequeño barrio, luego en dos, hasta llegar a la ciudad que es hoy y en la que viven casi 20.000 personas.

Se empezaron a crear escuelas primarias, secundarias... Actualmente, hay más de 7.000 alumnos, sin contar las guarderías. También hay talleres escuela (carpintería, mecánica ... ) que forman y dan trabajo a los jóvenes; talleres y escuelas de bordado, de artesanía... en las que las mujeres no sólo aprenden un oficio, sino que consiguen unos ingresos que les ayudan a sobrevivir.

Poco a poco las colinas que rodean el basurero se fueron llenando de hermosas casas, fabricadas con ladrillos y agradables para vivir. Lo que antes era un paisaje de basura y porquería se fue transformando en una auténtica ciudad, con jardines, flores, calles pavimentadas y limpias. Aquello se llamó Akamasoa ("buenos amigos", en lengua malgache).

El P. Opeka cuenta con la ayuda de Manos Unidas, de la Comunidad Europea, del Principado de Mónaco y de otras muchas instituciones internacionales. Eslovenia y Mónaco lo prpusieron hace años para el Premio Nobel de la Paz. Ha recibido numerosos premios y galardones a nivel internacional, entre los que destaca la Medalla de la Legión de Honor, máxima distinción francesa.

Akamasoa es hoy un ejemplo de cooperación y solidaridad. Por toda su obra y por ese ejemplo de cooperación y solidaridad, Mundo Negro(Misioneros Combonianos) decidió otorgarle el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2007.

Su constante labor a favor de los más pobres le ha supuesto ser nominado nuevamente para el premio Nobel de la Paz en 2016.

Fuente: Revista Mundo Negro de los Misioneros combonianos, nº 526.


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