EL MILAGRO DE CALANDA
A
finales de julio de 1637, Miguel Juan Pellicer, natural de Calanda
(Teruel, España) tuvo un accidente mientras trabajaba como agricultor. Cayó
al suelo y le pasó por encima de la pierna derecha una de las ruedas
del carro de su tío, rompiéndosela aparatosamente más o menos a la
altura del tobillo. Le llevaron al hospital de Valencia y, al ver que
cada vez empeoraba más, lo trasladaron a Zaragoza donde llegó a
primeros de octubre, con mucha fiebre y la pierna totalmente
gangrenada. Antes de ingresar en el hospital fue a la Basílica del
Pilar, donde se confesó y comulgó. A continuación, fue ingresado y le fue amputada la
pierna cuatro dedos por debajo de la rodilla en el hospital público de
Zaragoza. Se la serraron sin más anestesia que una bebida bien cargada
de alcohol mientras él se encomendaba a la Virgen del Pilar.
Los cirujanos que le atendieron se
pusieron manos a la obra para cauterizar el muñón con un hierro al rojo
vivo. La pierna fue enterrada, como era costumbre, en el cementerio del
hospital. En aquella época había un acentuado sentido espiritual por el
cual se consideraba que el cuerpo estaba destinado a la resurrección,
así como todos sus miembros, y que por lo tanto las partes mutiladas
debían ser tratadas con respeto, y no como simple elemento de desecho.
Por ese motivo se encargó al practicante del hospital Juan Lorenzo
García, enterrar la pierna “en un hoyo como un palmo de hondo”, de unos
21 cm.
Tras abandonar el hospital
con una pierna de madera y dos muletas, Pellicer se vio abocado, para
poder sobrevivir, a pasar del prometedor oficio de agricultor a un
mendigo de los muchos que había por entonces. Logró el permiso de los
canónigos del Pilar para pedir limosna a la puerta del Santuario. Cada
mañana Miguel Juan realizaba el mismo ritual. Tras asistir a la
Eucaristía en la llamada Santa Capilla, se acercaba a una de las
lámparas de la iglesia, cogía un poco de aceite y se frotaba el muñón
varias veces a modo de masaje. Salía a la calle y se colocaba en la
puerta del templo con la prueba de su desgracia bien descubierta, lo
cual despertaba la compasión y simpatía de los cerca de ocho mil
personas que se acercaban todos los días a visitar a la Pilarica.
Para una ciudad tan pequeña como la
Zaragoza de entonces, con una población que apenas llegaba a las 25.000
personas, no era de extrañar que Pellicer, colocado siempre en la
arteria principal de circulación, como era el Pilar, con su muñón al
aire en un cuerpo joven y robusto, llamara la atención y fuera conocido
por casi todos los habitantes.
El joven lisiado decidió un buen
día poner fin a la dura vida de mendigo que había llevado durante dos
años y cino meses, para tomar rumbo a la casa de sus padres en Calanda
e intentar reconducir su existencia con más dignidad. Ya en su hogar,
el 29 de marzo de 1640, sucedería algo extraordinario que más tarde
sería calificado como un grandísimo milagro. Entre las diez y las once
de la noche, mientras dormía plácidamente, le fue reimplantada
repentina y definitivamente la pierna derecha que antes le habían
amputado. Él estaba soñando que se untaba el muñón con el aceite de la
lámpara de la iglesia del Pilar. Tras notar “una fragancia y un olor
suave nunca acostumbrados allí”, la madre entró en la habitación y se
aproximó con el candil a su hijo y vio que le salían de entre las
sábanas no una sino las dos piernas. Era su misma pierna amputada: con
antiguas cicatrices de niño y la lesión cerca del tobillo que le hizo
el carro cuando le pasó por encima. No
tuvo lugar un crecimiento de la pierna, sino una reimplantación de su
miembro.
El revuelo en la casa contagió al
vecindario y, este, lógico, al pueblo entero. En casa de los Pellicer
no cabía un alfiler. Había un alboroto festivo.
Miguel Juan comentó que cuando le
despertaron soñaba que “estaba en la Capilla de Nuestra Señora del
Pilar de Zaragoza untándose la pierna derecha con el aceite de una
lámpara, como lo había acostumbrado cuando estaba en ella”.
Miguel Juan no dudó un instante en
atribuir la reimplantación de su miembro a la intervención de la
Pilarica: “Antes de dormir me he encomendado muy de veras a la Virgen
del Pilar”. Dos cirujanos, Juan de Rivera y Jusepe Nebot, fueron los
primeros médicos en certificar, en la propia casa del protagonista, que
ese suceso extraordinario e inverosímil no tenía explicación
científica. Además se comprobó que la pierna enterrada en el cementerio del hospital de Zaragoza ya no estaba.
El arzobispo de Zaragoza, Don
Pedro de Apaolaza, abrió formalmente el Proceso de investigación del
milagro a dos meses y una semana de transcurrir el suceso. Su
preocupación por la transparencia hizo que el Proceso fuera público y
que la trascripción de todos los interrogatorios, objeciones,
deducciones y otros testimonios fueran publicados con celeridad, y en
lengua vulgar, o sea el castellano, para que toda la población tuviera
acceso directo a esas investigaciones, pudiendo intervenir en el mismo
para matizar o contradecir datos o testimonios.
El 27 de abril de 1641 el arzobispo
de Zaragoza firmó la sentencia: “Declaramos que a Miguel Juan Pellicer,
de quien se trata el presente Proceso, le ha sido restituida
milagrosamente la pierna derecha, que antes le habían cortado; y que no
había sido obra de la naturaleza, sino que ha obrado prodigiosa y
milagrosamente; y que se ha de juzgar y tener por milagro por concurrir
todas las condiciones que para la esencia de verdadero milagro deben
concurrir…”.
El milagro se divulgó rápidamente
por la Corte, y Miguel Juan fue recibido en Madrid por el Rey Felipe
IV. Una relación en castellano sobre el Milagro, hecha en 1641 por el
carmelita Fr. Jerónimo de San José y luego traducida al italiano,
difundió la noticia por España, Italia y Sur de Francia. Sobre todo una
Relación en latín, escrita por el médico alemán Pedro Neurath en 1642,
luego traducida al francés, alemán y holandés, lo divulgó por toda
Europa. El mismo Papa Urbano VIII fue informado personalmente por el
jesuita aragonés F. Franco en 1642.
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