VIVENCIA CRISTIANA

Capítulo I: COLUMNAS DE LA VIDA HUMANA Y CRISTIANA
Autor: Felipe Santos, OSB


Nacer

Quien más quien menos se plantea a lo largo de su vida el sentido de las etapas que configuran toda existencia humana. No hay persona- por pocas que sean sus luces- que no se interrogue más de una vez qué es nacer, vivir, sufrir, acompañar, amar, perdonar y morir.

El nacimiento es el acto fundamental de toda existencia. Es lo que nos hace pasar de una etapa a otra. Es una separación, una ruptura con la situación anterior; la vida y la muerte están íntimamente unidas, aunque nos cueste verlo cada día.

Todo nacimiento se efectúa a partir de un germen de vida que va a desarrollarse y alimentarse. La vida no parte de nada, de la nada, parte de lo existente.

El nacimiento nos destina a hacer nacer. La vida es siempre un don que hay que recibir y que dar. Los padres, los educadores, los acompañantes son todos los que hacen nacer.

Hacer nacer es dar la vida, expulsar fuera de sí, separarse, no para excluir, sino para permitir el crecimiento, sobrepasar una perspectiva puramente orgánica y corporal pues, la persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez biológico y espiritual.

La responsabilidad respecto a la vida apela a tomar en cuenta a la persona entera.

Por eso, en nuestro mundo, hay quienes se cuidan sólo del aspecto orgánico y abandonan el cultivo y el crecimiento de los valores que son, a la postre, los que dan consistencia al ser humano.

Los padres o educadores que se detienen en el sólo aspecto corporal cometen un error muy grave. Criar cuerpos es fácil con tal de que se tenga dinero para comer y tiempo para cuidar lo físico.

Pero hacer nacer es también una preocupación constante porque el recién nacido vaya adquiriendo todas las potencialidades que tiene en germen al nacer.
No se puede descuidar con esmero que el nacido/a desarrolle todos sus talentos y que adquiera una identidad y especificidad que ayude a la construcción de sí mismo y a la de los demás mediante el bien común.

No se nace para vivir solo en una isla, sino para compartir con los demás seres humanos los instantes bellos de la vida y también aquellos otros que la ennegrecen por momentos.

Nuestro primer nacimiento tiene lugar cuando llegamos al mundo con la condición humana, es decir, una condición mortal.
Nuestro nacimiento a la vida cristiana comienza con el bautismo. Con este sacramento, instituido por Cristo, nos insertamos de lleno en la vida cristiana que da a la física una dimensión divina y trascendente.

No somos seres aislados. Participamos de la larga historia de la creación que prosigue de generación en generación, en la diversidad de lenguas, culturas, lugares, etnias...Pero la diferencia que nos hace ser cada uno específico y original, un ser único sin parecido a ninguno otro de cuantos pueblan la faz de la tierra.

Cada uno es irrepetible. No hay seres clonados en la naturaleza humana.

Textos para consultar: -Génesis 1 y 2.1-4
-    Romanos 6,4: Igual que Cristo ha resucitado de entre los muertos para gloria del Padre, vivimos a su vez, para una vida nueva”.
-    Juan 3.6-7: Lo que nace de la carne es carne..Hay que nacer de arriba
-    Primera carta de san Pedro 1,3: Nos ha hecho nacer.



Sufrir


Cualquiera de nosotros sabe por experiencia que la enfermedad y el sufrimiento físico o moral marcan la vida de cada ser humano de modo más o menos agudo.
El sufrimiento puede conducir a la rebelión y a la desesperación: “¿por qué yo?”, “esto no es justo”.

Basta que te acerques a un hospital. Entra en una de sus habitaciones. Si vas a la materno los recién nacidos lloran, entre ellos los hay que vienen con algún defecto o que han nacido antes de tiempo. Si te vas a una habitación de enfermos terminales, te darás cuenta también de que esa pregunta- sobre todo en jóvenes y en gente madura- se oye sin cesar. Nadie quiere sufrir. Y es normal. Han vivido con salud y han disfrutado de la vida lo mejor posible.

Por tanto, no encuentran sentido a su dolor. Le parece injusto e inútil. Son aquellos que no han asimilado que, en el transcurso de su existencia, la enfermedad es algo normal. Cuando la ven en otros, no le dan importancia al don de su salud. Pero cuando les toca a ellos en carne viva, entonces se rebelan.

El sufrimiento es algo personal que ningún otro puede entender fácilmente. Ante un enfermo es preferible evitar los discursos sobre el dolor. Es preferible un silencio o una presencia al lado de las personas que sufren.

El sufrimiento forma parte de la vida. Podemos a veces limitarlo, calmarlo y hacerlo desaparecer. No tiene sentido en sí mismo. Es simplemente la expresión de un cuerpo o de una psique heridos.

Hay que aprender cuidarlo, a sobrellevarlo, a soportarlo en sus heridas y en sus consecuencias.

Un sufrimiento extremo puede conducir a un suicidio. Una desgana por vivir, una culpabilidad importante, una ruptura, un sentimiento de no-.sentido y de abandono pueden sumergir y hundir a una persona.

Hay que hacerse cercano, humana y espiritualmente, de aquellos que están inmersos en la desesperación.

La suerte de los creyentes

Jesucristo ha conocido el sufrimiento, el suyo, el de los otros, el de aquellos que él encontró durante los tres años de su vida peregrinante.

Ciertos dolores se soportan solamente gracias al amor. Habrás visto a gente que acepta su dolor como una forma de estar unido a los que sufren, como una forma de asemejarse a Cristo doliente, como una forma de purificarse de sus faltas durante su vida, como una paso que puede llevarle a la muerte y, desde ésta, al encuentro definitivo con Dios en el cielo.

Textos:

-El libro de Job revela el sufrimiento del inocente y muestra que la humanidad es capaz de atravesar el dolor.
-    Job 10,1: “Estoy hastiado de la vida: me voy a entregar a las quejas desahogando la amargura de mi alma”.
-    Job 16,6-7: “Pero aunque hable, no cesa mi dolor, aunque calle, no se aparta de mí, y al fin me ha rendido. Y tú reduces al silencio mi testimonio y me acosas
-    Job 21,7:”¿Por qué siguen vivos los malvados y al envejecer se hacen más ricos?”


Acompañar


El desarrollo de los cuidados paliativos para las personas terminales, es decir que esperan el final de su existencia, es un gran progreso de los últimos años. Estos tratamientos permiten que el dolor se atenúe y que se acompañe a los enfermos, ayudándoles así a que mantengan su dignidad y a darles a entender que su existencia, incluso cuando ya se acaba, vale la pena deque se viva.


Es un camino de humanización recíproco para el enfermo terminal y para todos aquellos que tienen el corazón de acompañarlo en ese instante final. Merecen todo el aplauso y el reconocimiento por parte del enfermo y también por el testimonio precioso de su amor entregado hasta el final al ser querido.

El cristiano tiene la ventaja de reconocer algo del misterio de Dios mediante o a través del misterio mismo de la persona que sufre la enfermedad terminal.

La familia acompaña

Da gusto ver a la familia unida rezando por el fallecimiento del ser querido. Es la mejor manera de compartir la pena y los interrogantes que se ciernen a su alrededor.

Es ayudar a la familia a que reconozca que el itinerario de la persona, comenzado hace tiempo en la tierra, continúa de otra manera distinta.
Es poner toda la confianza en Cristo resucitado que, mediante la muerte natural, hace que la persona pase a la plenitud de la vida eterna.

Ahora bien, para darle sentido a esta realidad que se vive en trances dolorosos, no hay nada mejor que la dedicación a la oración y al recogimiento alrededor del cuerpo de la persona fallecida.

Antes se velaba el cadáver en casa. Hoy, con el adelanto de los medios técnicos y la proliferación de los tanatorios (lugares de los muertos), la familia vela el cuerpo sin vida en estos sitios.

Suele haber toda clase de comodidades de la sociedad actual: la habitación en la que los familiares reciben el pésame, el recinto en donde se encuentra el féretro del difunto, la capilla para ofrecerle la misa antes de partir al cementerio y el bar cercano o dentro del mismo tanatorio.

Por experiencia, sabemos que mucha gente va a dar la condolencia, ve al fallecido y sin más se pasa a contar cómo ha muerto, lo bueno que era...todo un panegírico laudatorio de sus virtudes.
Sin embargo, lo fundamental- al menos para un creyente, que es la capilla-, no se visita mucho. Se aguarda a la misa para ir y¡¡basta!!

He tenido la ocasión de invitar a los familiares a hacer un rato de oración a solas. En parte, porque es lo mejor que se hace por un ser querido que ha pasado a la vida eterna y, en segundo lugar, para apartarlos durante un rato del bullicio de la gente que, aunque con buena voluntad, dan la vara.

Previamente, las familias cristianas suelen llamar al sacerdote para que le administre el sacramento de los enfermos porque consuela, tranquiliza y reconforta a las personas en situación de grave enfermedad o ya muy mayores.
En la mente y en el pensamiento de los creyentes no se les ocurre siquiera poner fin a su vida mediante la eutanasia. Nadie tiene derecho a decidir por la vida de otro.

Lo que sí le incumbe a todo ser humano- a la familia del enfermo en concreto-, es el acompañamiento hasta su final.
Hasta que no expire de modo natural, la vida le corresponde a Dios.


Amar


Ninguna persona puede vivir verdaderamente si no es amada y si no ama.

Hay diferentes maneras de amar. La experiencia nos enseña hasta qué punto es difícil amar de verdad. Es un camino largo que exige un desapego de sí mismo. Sin embargo, en cualquier momento, el ser humano tiene la libertad de rechazar lo fundamental de la vida, el amor a los otros y la alegría de sentirse amado.

Dios es amor. Desde siempre ha amado a la humanidad y le ha entregado a su propio Hijo, Jesucristo. Su Palabra logra que los cristianos vivan y, mediante su ejemplo, pueden comprender hasta dónde puede llegar el amor.

El reconocimiento de que Dios ama a todos los hombres es como decir que él es la fuente de su vida y la fuente de su amor.

Para un cristiano, el amor a Dios y el amor al prójimo son indisociables y se expresan con actos concretos todos los días de la vida, no sólo en momentos estelares.

Cuando uno se siente fascinado por el amor gratuito de Dios, el hombre y la mujer comprometen toda su vida en el servicio de Dios y de los demás.
De esta manera, hacen de su vida una historia de amor y de esperanza.

Cuando no se vive al pairo de estas coordenadas, asistimos a lo que ocurre actualmente. Las parejas rompen el lazo íntimo de su amor por razones- la mayoría de las veces- por puro egoísmo. No son capaces de vivir en perpetuo amor, sino en busca de placeres que satisfagan sus sentidos de tener más cosas en lugar de ser más personas.

Sí, porque en esta carrera de la vida, el amor es quien da sentido cabal a todo.

Si hay fracasos diarios por miles, si hay muertes de inocentes en el vientre de la madre, no es porque se ame mucho, sino todo lo contrario.
Se prefiere un buen coche, unos buenos aparatos musicales, unas vacaciones a todo confort antes que tener y educar a un hijo.

El amor en ellos es epidérmico. No ha calado en las fibras de su alma. Y de este modo, asistimos a una progresiva degradación de los seres humanos- no en el avance de la tecnología y del bienestar- sino en el valor supremo que unifica y da sentido y orientación a todo: el amor.

Basten unos textos de la Biblia para se iluminen estas palabras:
1)    Deuteronomio 6,5-6: “Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu alma”
2)    Juan 15,12:” Amaos los unos a los otros como yo os he amado”
3)    Mateo 22,36-39: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
4)    Romanos 5,6-11: Ahora bien, la prueba de que Dios nos ama, es que Cristo ha muerto por nosotros aunque éramos pecadores”
5)    Primera Carta a los Corintios 13,1-7: “ Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso. Aunque posea el don de profecía y conozca los misterios todos y la ciencia entera, aunque tenga una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón, no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
6)    Primera de Juan 4,19-21: “Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso”..

Perdonar


Muchas veces te habrás preguntado qué es el perdón. Y la respuesta se te ha antojado difícil. El perdón requiere en ti un gran corazón y una memoria capaz de olvidar la ofensa recibida.
Hay quien dice: Te perdono pero no te olvido. Eso es tanto como decir que no se perdona.

Perdonar es decir a alguien:” Sí, me has herido, me has ofendido y, sin embargo , quiero entrar en relación de nuevo contigo, volver a tejer los lazos de amistad contigo.

Sólo aquel que ha sido ofendido y herido puede conceder el perdón. A veces, el perdón es difícil de dar, pues la ofensa recibida es profunda.

¿Qué es pedir perdón?

Ante todo, es reconocer la propia falta y dar un paso hacia el ofendido y después buscar el modo de cómo reparar el prejuicio sufrido.
El cristiano reconoce que al ofender a alguien, es a Dios mismo a quien se ha ofendido. A esto es a lo que se llama pecado. Y de él se pide perdón a Dios.

El perdón no quiere decir olvido. Jesús perdonó a los hombres que lo crucificaron. El conserva los estigmas de los clavos y de la lanza.

El perdón de Dios

Sean cuales sean los rechazos del hombre, Dios es fiel. A lo largo y ancho del Antiguo Testamento, los hombres se dejan seducir por los ídolos (culto del becerro de oro por ejemplo), persiguen y se aprovechan de la debilidad de los más pobres...

Sin embargo, Dios propone cada vez la renovación de su alianza con su pueblo.

En la Biblia, y más particularmente en el Nuevo Testamento, Jesucristo acoge a los pecadores y les perdona sus faltas (la Samaritana, la mujer adúltera, el paralítico, Zaqueo, la negación de Pedro...)
El perdón del padre al hijo pródigo hace bascular el deseo mezquino de la justicia del hermano mayor.

La confianza concedida al que ha cometido una falta, le hace crecer y lo restablece en su dignidad.

Después de la resurrección, Cristo da la misión a los apóstoles de continuar su obra de reconciliación entre los hombres y entre los hombres y Dios.

Entre los católicos, el perdón que Dios da al pecador por medio de Cristo se significa con la palabra y el gesto del sacerdote, en el sacramento de la reconciliación.

Textos

1)    Marcos 2,1-12: Perdón y curación del paralítico.
2)    Juan 8,11: La mujer adúltera.
3)    Juan 18,15-27: Negación de Pedro.
4)    Juan 4,7: La mujer Samaritana.
5)    Lucas 19,3-10: Zaqueo.

Cuando se piensa, medita y reflexiona despacio sobre estos textos, se llega a la conclusión de que el perdón es el gran don de Dios para con la humanidad pecadora.

Quien mucho ama, perdona mejor que aquel que ama poco. Este conserva en su corazón el odio y la antipatía hacia el ofensor.
Ama y perdonarás con mayor facilidad. La intransigencia es propia de seres que, encerrados en sus castillos, creen tener la razón en todo.


Morir



La muerte es el término natural de la vida terrestre aunque pueda parecer injusto. Para los familiares, supone una ruptura dolorosa y a veces trágica. Frente a la muerte, es difícil expresarse. Ante la desesperación, siempre se siente uno pequeño.

Ninguno de los vivos tenemos experiencia de la muerte. La única que poseemos es aquella que consiste en dar por concluido el camino de la vida.

Cristo se ha expresado poco acerca de la muerte física. Simplemente ha afirmado que la vida que él daba, es decir la vida eterna, no se altera con la muerte.

Los cristianos creen que después de la muerte,, viven con Dios para siempre. Nuestro cuerpo no existe ya, pero gracias a Jesucristo- muerto y resucitado-, pasamos también nosotros de la muerte a la vida con Dios. El es el camino que conduce al Padre.

El duelo acompaña a la muerte. Cada uno de nosotros lo encuentra en su camino, día tras día. Afecta a nuestro ser completo a causa del lazo personal con la persona fallecida.

Este lazo se rompe, se experimenta el vacío y la ausencia. Hay que aprender a vivir de otro modo. Cada persona hace su camino de duelo a su manera.

En un primer tiempo, hacer el duelo, es enfrentarse con un choc, tomar conciencia de la realidad del “nunca más”. Es preciso vivir el abandono, la pérdida.

Hacer duelo o luto no es olvidar a la persona desaparecida, sino aceptar un proceso natural que se pone en marcha. También es darse balizas. El trabajo del luto se hace lentamente. Es responsabilidad nuestra, pues nadie podrá hacerlo en tu lugar.

Ayudar a alguien a llevar su luto, no es ni minimizar, ni querer atenuar sus sufrimientos, sino que es ayudarle a que los exprese y poco a poco a que llegue a aceptarlos.

El trabajo del luto comporta una dimensión espiritual. La persona enlutada dice a Dios que la prueba por la que atraviesa, exprese sus cuestiones, sus incomprensiones, su cólera y le pide la fuerza del Espíritu para continuar la ruta y encontrar la paz.


La liturgia cristiana celebra los funerales de aquel que se ha sumergido en la muerte y Resurrección de Cristo en el día de su bautismo. Los manifiestan maravillosamente sus ritos.

La aspersión del cuerpo por el agua bendita recuerda que el bautizado es hijo de Dios, amado de Dios desde siempre. El cirio pascual simboliza a Cristo resucitado y significa la entrada en la luz de Dios.

Hoy, los laicos o seglares reciben la misión de preparar y animar la celebración de las exequias. Pueden igualmente, siguiendo los deseos de la familia, acompañarlos al cementerio.

Textos:

1)    Salmo 129: “Desde lo hondo te grito, Señor, dueño mío, escucha mi voz. Estén tus oídos atentos a mi condición de gracia”...
2)    Primera carta a los Tesalonicenses 4,13-14: “Acerca de los difuntos quiero que n sigáis en la ignorancia, para que no os afiláis como los demás que no esperan. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, lo mismo Dios, por medio de Jesús, llevará a los difuntos a estar consigo”.
3)    Salmo 50: “ Misericordia, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”....

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Capítulo I Capítulo IV
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