REFLEXIONES

"Para el Señor, parece lo más corriente tener que obedecer al sacerdote. Cuando consagro, tiene que obedecer. Cuando doy la absolución tiene que aprobar si no hay óbice culpable. Cuando bautizo, tiene que adoptar a la criatura. Se obligó a ello Él mismo, es decir, se obligó a estar siempre a nuestro servicio.

En la oscuridad de la iglesia de Nunajak, Él y yo solos, sin hablarnos, nos entendemos, descansamos y tenemos nuestro cielo acá en la tierra.

En las grandes iglesias de las ciudades y aún de los pueblos, está el sagrario tan lejos de la gente que parece como que está uno también lejos del Santísimo.

En mi visita a los Estados Unidos al entrar en aquellos templos como plazas me parecía estar realmente en una plaza. Aquí, en Nunajak, no hay tales.

Aquí, junto al altar, juraría uno que le oye Jesús el más leve cuchicheo.

Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de yerba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable.

Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar.

Le digo al Señor lo que el padre del hijo pródigo le dijo al hijo mayor: "Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo"; pero me parece oír que es al revés: que yo soy el que estoy con El y todas sus cosas son mías.

Y así tiene que ser, porque mis cosas ¿para qué le valen a Él? ¿Qué va a hacer Él con mis botas remendadas, mi sotana raída, y mis ignorancias?

En cambio, yo puedo hacer un uso magnífico de sus cosas: su omnipotencia, su bondad y su misericordia.

Ciertamente yo siempre estoy con Él.

 

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